LA INTIMIDAD PERDIDA
Refugiados en la prisión de la exposición a la colectividad donde somos observados, grabados, fotografiados y controlados en nuestros más mínimos actos y movimientos, gestos y datos, hemos llegado a un nivel de exposición máximo en el que ya no existe ningún misterio más que el postureo y el exhibicionismo en las redes sociales, sólo vale la exaltación del yo en su mejor versión para obtener el aplauso de los demás, seres inexistentes en una vida disfrazada que en la mayoría de las ocasiones nada tiene que ver con su realidad cotidiana. Cualquier cosa, cuanto peor o mejor sea, más rara, más absurda, más surrealista, es suficiente para crear expectación en los otros.
¿Dónde está nuestro espacio íntimo, nuestro ser, nuestra realidad?. Esta manipulación sibilina que nos conduce a creernos singulares, únicos y diferentes nos aboca a la mediocridad, al sin sentido de la exposición, al desplome del misterio, a la sobreexposición y la entrega de la información cada vez más minuciosa de nuestro ser en todos sus aspectos, un mundo virtual en el que todos nos conocemos y nadie sabemos en realidad nada del otro.
Me siento incómoda ante tal exposición, ante la imposibilidad de poder saber que algo es mío y sólo mío, ante la incertidumbre de quien sabe y qué sabe y qué hay de verdad en lo que sabe.